CRÉANME cuando les digo que a veces estoy en las nubes. Dos semanas fuera de juego y el mundo se me viene abajo. Cuando intento llegar a la línea de meta, acabo agotada. Me cansa los insultos reiterados, las meteduras de pata y las salidas de tono. En los prolegómenos electorales, analizo cada jugada y los cabos sueltos terminan atándose. Algunos con sorpresa incluida. Y de repente, el inconsciente me juega una mala pasada. Insisto en que todo comunica, pero a veces se me olvida y claro, termino ofreciendo la cara que no quiero ni siquiera reflejar.
En toda campaña electoral que se precie, y siendo municipal, aún mas, hay guantazos de por medio, y parece que no limpios, precisamente. Pero, lo que mas me sorprende es que haya periodistas que entren al trapo. No sé si será porque me encuentro recién salida del horno de la escuela del periodismo o porque sigo siendo una inocente a lo grande, pero últimamente me muerdo la lengua más de lo que querría y de lo que recomiendan. Aún me queda por aprender, ya les digo que sí, pero sobre todo, me queda por aguantar, igual que a ustedes. Todo lo relacionado con la ética periodística, eso que se enseña en las facultades de periodismo, se echa de menos estos días. Es lo que da sentido al verdadero valor de esta profesión y al de la política, la de servicio público. A veces, no esta de más recordarlo. A ambos. A pesar de los límites difusos, al amigo se le da la mano y al político con la mano.
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