Publicado en el número 9 de la revista Beerderberg
Aunque nos
neguemos a confesarlo, son muchas las ocasiones en las que nuestra
ropa o forma de vestir nos condiciona. Nos condiciona en el mensaje
que queremos comunicar y en el mensaje que, finalmente, comunicamos.
Es decir, condiciona la comunicación. Condiciona el mundo de las
percepciones en cada una de sus variables. En política, podríamos
hablar mucho del lenguaje de la moda como valor político. Hace
tiempo y coincidiendo con su fallecimiento, escribí sobre Margaret
Thatcher y la importancia que la primera ministra del Gobierno del
Reino Unido (primera y única mujer en pisar el 10 de Downing Street
como primera ministra) daba a su estilo de vestir, no como mero medio
sino como un fin político y de poder. Y, especialmente, a prendas
muy concretas que comunicaban exactamente ideales, premisas y
aspectos que quería remarcar. Es decir, el lenguaje del estilo y la
moda, como herramienta potente de comunicación política.
La moda,
para Margaret Thatcher y para muchas personas que son conscientes de
ello, era un instrumento político, una herramienta de clase y, sobre
todo, una fuente de riqueza. Y es que, por cierto, pocas mujeres con
cargos públicos han sido tan conscientes de la importancia de crear
una marca de estilo única. Quizás porque durante décadas fue el
símbolo más claro de la entrada de la mujer en un mundo hecho a
medida por y para hombres, un mundo en el que la valía femenina no
parece ser suficiente y tiene que demostrarse constantemente, en la
forma y en el fondo.
Y recordando
a Margaret Thatcher y quizás absorbida por la cuarta temporada
deHouse of Cards, he puesto especialmente atención en otra mujer que
se encuentra de lleno en la actividad política, de ficción claro:
Claire Underwood. La mujer de Frank Underwood en la serie
norteamericana House of Cards, nos gusta tanto porque está
fuera del prototipo de primera dama no sólo de Estados Unidos sino
también de cualquier otra parte del mundo; pelo largo con corte
clásico y mucha fijación, trajes de colores llamativos o exceso de
joyas. Claire Underwood es otro mundo. Margaret Thatcher también lo
era. Cada una a su estilo, pero ambas con puntos comunes: el uso del
lenguaje de la moda para conseguir sus objetivos.
Nadie, salvo
contadas extravagancias en momentos muy concretos, presta demasiada
atención al vestuario de los políticos varones, pero no es la
tónica habitual con los trajes de mandatarias y primeras damas.
Thatcher, por ejemplo, lo sabía, y aunque su cargo y su férrea
actitud conservadora le impedían mostrar una afición especial por
la moda y la ropa, supo construirse con éxito un uniforme, una
imagen icónica tan fuerte, que aún hoy es perfectamente reconocible
e imitable.
Sobre imagen
política, tanto Thatcher como Underwood podrían compartir
reflexión, incluso ambas encarnan muchas de nuestras aspiraciones
inconfesables: inteligencia, estilo, fortaleza, influencia, seguridad
en sí misma, luz propia y deseo de poder.
Por ello, no puedo dejar
de imaginarme una conversación entre ambas. ¿Amigas? No, mejor será
no subestimar a ninguna. Más realista sería, adversarias políticas.
Una, primera ministra del Reino Unido. La otra, secretaria de Estado
de Estados Unidos, por ejemplo (recordando que el poder no te lo da
precisamente ningún cargo). Claire Underwood ve el mundo a través
de sus gafas de pasta y su iPhone. Sin embargo, Margaret Thatcher
guarda su mundo es un bolso cuadrado, junto a los broches XXL y las
perlas. Sobre el contexto, no creo que sea decisivo ni un obstáculo
para esta conversación, ambas son personajes atemporales y no
subestimo la capacidad de adaptación de una al contexto de la otra.
Ambas hablarían de cómo
ser mujer en un mundo de y para hombres como es la política.
Compartirían experiencias pero no como mero juego de empatía entre
mujeres sino como fin para delimitar roles de liderazgo entre ambas.
Tanto una como la otra reconocerían el valor de la moda como fuente
de poder en política y Underwood le agradecería a Thatcher que
fuese la precursora del power dressing(vestir para imponer) y de
la prenda clave de este look, el power suit, nombre con el que
se conoce a los trajes de las ejecutivas de los años 80.
Precisamente, Claire Underwood tiene en este elemento a su mejor
aliado. Trajes de corte recto, sobrios, pero realmente eficaces para
no arriesgar, precisamente arriesgando ya que es lo más parecido al
look o dress code masculino. Underwood le preguntaría si es verdad
que uno de sus asesores le aconsejó dejar de llevar sombreros y
collares de perlas. La primera ministra le diría que es verdad a
medias, como casi todo en política, y que le hizo caso de lo
primero, pero rechazó quitarse el collar de perlas por ser un regalo
de su marido. Eso es estilo inglés, le diría Underwood.
Thatcher le confesaría
que desde los comienzos de su mandato, empezó a combinar blusas de
lazo con collares y estampados con broches en la solapa, con el único
objetivo de definir su papel como líder. Incluso, que su estilista
creó especialmente para ella trajes y blusas de hombros pronunciados
y colores chillones. Aclararían que llevan casi siempre vestidos y
falda pero transmitiendo más fortaleza que cualquier hombre en este
juego.
Ambas, reconocerían
abiertamente que utilizan la moda y su lenguaje como un instrumento
político más, una herramienta de clase. Para Thatcher, la rigidez
de los hombros era una de sus obsesiones, quizás porque así
ilustraba en las formas la austeridad y la beligerancia de su
contenido político. Para Underwood, su rígida y austera, pero chic,
armadura, a base de estudiados movimientos de espalda, brazos,
piernas y su cuidado corte pixie, son su marca de mujer fatal
dispuesta a entrar en combate en cualquier momento. Para Thatcher,
los colores son otra de sus señas de identidad ya que tenían como
objetivo hacerle destacar entre la multitud y le permitían jugar
incluso con la política exterior. En sus viajes, procuraba llevar
trajes del color de la bandera nacional del país que visitaba. Para
Underwood, la escasez de colores que utiliza en el vestuario son su
propio sello con una paleta de grises o burdeos que se suman a los
favoritos, negro y blanco.
Aunque se nieguen a
declararlo en público, tanto para Thatcher como para Underwood, la
moda es un instrumento político. Uno más, pero al fin y al cabo,
una herramienta. Pero, seguramente, ellas no buscarían ser la mejor
vestida, pero sí la más recordada. Y no estamos hablando de
elegancia o estilo en su esencia como lo conocemos hoy. Lo suyo es el
estilo del poder, la moda como valor político.