Artículo publicado en www.blogsdepolitica.com
Desde que llegó a La
Moncloa, Rajoy ha tenido un mensaje optimista centrado en la
fortaleza de España. Él quería huir de los errores de Zapatero y
por eso trata de hablar poco. Cinco meses después, con la prima de
riesgo a 540, ha dado un giro. Ha comparecido esta semana; el lunes
dio su primera rueda de prensa en solitario en España (Sí, WOW).
Creo que hay un dicho que
asegura que la diferencia entre un pesimista y un optimista es que el
pesimista es un optimista bien informado. Pero, entre los optimistas
hay varias clases. Desde lo que se considera optimismo normal, hasta
el optimismo empedernido. Este estado de optimismo sitúa a quien lo
posee, directamente fuera de la realidad, en un mundo de ensoñación
muy cercano al que se obtiene por sustancias euforizantes y
psicotrópicas. Por lo que personalmente creo que los jardines de la
Moncloa deben actuar a modo de gigantescos alucinógenos y que
afectan gravemente a quienes viven y trabajan allí.
Si esto no es así, no se
puede explicar el exagerado e infundado optimismo que expresa Rajoy
cuando niega que estemos al borde del abismo. Igual es que no se ha
dado cuenta de que no es que estemos en el borde, sino que estamos en
caída libre y nuestro paracaídas de seguridad se llama UE y el
Banco Central Europeo (Be water my friend). Pero además de negarlo
todo, usa el lenguaje esotérico de afirmaciones como “No caminamos
por un sendero de rosas, pero no se acerca ningún Apocalipsis” o
“Ni nos hemos librado de las amenazas, ni vamos a sucumbir a
ellas”. También, "Quiero enviar un mensaje de serenidad, que
no significa olvido, descuido ni indiferencia”.
Sí, él afirma la
solidez de España y todas esas frases hechas (mal hechas) que
requiere el guión del relato para que no cunda el pánico. Pero
cuando se confunde deseos con realidad, se exagera el optimismo y se
limita a tener un comportamiento pragmático y no realista.
El relato, los discursos
grandilocuentes y llenos de arengas para intentar generar optimismo,
hoy no valen. La realidad española es tan dramática que hacen falta
hechos y gestos que demuestren que el PP y este Gobierno ha merecido
el voto de casi once millones de españoles. Hasta ahora, este modo
de proceder no irradia convicción alguna. Es más, la torpe gestión
del tema de la enésima reconversión del sistema financiero,
particularmente lo de Bankia, ha desdibujado la escasa confianza que
pudiera quedar en la marca España. Ya no gustamos, ya no vendemos,
ya no resultamos convincentes, ya no atraemos, ya no enamoramos. Ya
no hay confianza. Y sin confianza ¿qué queda?.
Un optimismo
injustificado. Igual es el ambiente de la Moncloa. Por si así fuera,
le sugiero un cambio de residencia oficial y una buena dosis de
realismo político y social. Visite más las colas del INEM, los
supermercados, los comedores sociales de Cáritas. Sea realista,
presidente, o lo que es lo mismo, un optimista bien informado.
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