Repasando esta semana en imágenes (tributo in memoriam a Felipe González en el PSOE con Zapatero y Rubalcaba. Mariano Rajoy de nuevo perdido o Carme Chacón sin papeles delante de su partido, ...) me ha sobrevenido esta cuestión: ¿Dónde está el discurso político?
En los momentos de alabanza y euforia, a José Luis Rodríguez Zapatero se le llegó a calificar de líder postmoderno, entre otras cosas por su capacidad de manejar los llamados significantes: talante o alianza de civilizaciones, por ejemplo. Incluso cuando la crisis económica era evidente, quería seguir negando el significante, aun cuando en esto el significado se impuso a tal negación, coló. De hecho, él mismo era capaz de condensarse en un mínimo significante: ZP. Unos decían que no había nada tras tal significante y que carecía de discurso.
Pero Rajoy es distinto. Su política y su estrategia de liderazgo sin diferentes, las cuales se centran simplemente en dejar hacer y que las cosas (y los días) pasen, en dejar trabajar al tiempo. Simpleza en puro estado y convicción profunda de la desaparición del sujeto, creyendo que son los sistemas los que operan. Esta es su convicción.
Foto: TAREK/PP |
Entonces, ¿no tiene discurso? ¿Es este?. Por ejemplo, cuando comparece ante los medios, no pretende hacer discursos y lo más grave, se proyecta la percepción de que nunca dice nada. Por lo que tampoco pretende tenerlo. Entendiendo esto, no nos sorprende su convicción y que no apele a grandes valores ya que su percha ideológica empieza y acaba en las referencias al sentido común. Sus construcciones sintácticas son reiterativas: “Mire usted.... Es una cuestión de sentido común...”. Sorprendente y sin decir nada. De hecho, quienes lo conocen desde su etapa en la Xunta de Galicia, le definen como un “hombre sin prisa”. El gallego pertenece a esa estirpe de políticos caracterizada por sus silencios y por dejar que el tiempo vaya poniendo en orden los asuntos pendientes.
Sin embargo, Rajoy ha demostrado una gran capacidad en el debate (parlamentario o televisivo) en los diálogos con otros. De hecho, pocos le han visto como perdedor. Tiene capacidad retórica y (tal vez su mejor arma) no pretende convencer a nadie, limitándose a destruir los discursos de los oponentes. En un tiempo donde ya no sólo es que no caben los grandes discursos, sino que ni siquiera los simples argumentos o discursos cotidianos tienen lugar, hay que tener en cuenta que el paso del tiempo y la crisis juegan a su favor. En una sociedad en estado de shock parece que apenas queda espacio para hablar de los otros problemas que afectan a su “liderazgo”. A “nuestro liderazgo” dentro y fuera. Miren a Internet, o mejor, a las redes sociales o los whatsapp: ¿dónde está su discurso? ¿Y el nuestro?.
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