En 1952 la
televisión estadounidense emitió el primer anuncio electoral.
Apoyaba al candidato Dwight Ike Eisenhower con el eslogan I like
Ike. 60 segundos de dibujos animados en blanco y negro creados
por Disney y una sintonía que firmaba Irving Berlin, el autor de Blanca Navidad y muchos otros éxitos clásicos americanos.
Eisenhower
ganó y, cuando se presentó a su reelección, quiso tomar dos decisiones
inteligentes: deshacerse de Nixon y mantener el eslogan pero con un
pequeño retoque. Lo de Nixon fue imposible, pero se lanzó a la
campaña convaleciente de un infarto y clamando We still like Ike (Todavía nos gusta Ike). Volvió a ganar. El anuncio es redondo y el
eslogan, también. Viene a decir, ¿qué nos gusta del candidato? El
candidato, ¿les parece poco?. Nos fiamos de él sin necesidad de
entrar en más detalles farragosos y le votamos.
Así de simple y así
de efectivo. Tan eficaz como La chispa de la vida. Tan rotundo
como Un diamante es para siempre. Tan exacto como Me gustas mucho. Por eso es tan bueno. Y por eso
es tan malo el We can do it que alguien improvisó en España. No hay
producto que resista la falta de talento o, peor, la falta de fe de
quienes lo venden.
I like
Ike está en la lista que la revista Time elaboró con lo que
consideraba las diez mejores campañas políticas de la historia.
Junto a la de Kennedy pero también a la del ochentero It´s morning again in America de Ronald Reagan, un vídeo por el que
desfilaban con lentitud novias casándose, hijas y madres abrazándose
y, en general, ciudadanos norteamericanos blancos mirando al futuro
entre esperanzados y embelesados. El vídeo ha envejecido tan mal
como las estufas, pero cumple el primer mandamiento de la
ingeniería electoral: despierta los sentimientos del votante.
Cuando
escuché a Steven Jarding, cuyo curriculum dice que lleva 33 años
trabajando en campañas americanas y está especializado en “causas
perdidas” (dirigió, por ejemplo, el comité de liderazgo de John
Kerry) su decálogo con los puntos básicos de una buena campaña
electoral, me sorprendió por su exactitud. Aquí van los cinco
primeros:
1. Encontrar un buen mensaje, es decir, un buen eslogan. “El mensaje
es lo que apasiona a la gente. Si no tengo uno bueno, no atraeré a
nadie” decía.
2. Conocer al votante como si fuera tu hermano o hermana. Saber cuáles son sus miedos, sus
inseguridades.
3. Tener un buen equipo.
4. Ser
auténtico, no copiar.
5. No
mentir a los electores y pedir perdón. Pensemos en Rubalcaba,
pensemos en Rajoy y pasemos sus discursos por la ecuación Jarding.
¿Resultado? Uno pierde, y el otro también.
Joseph Stiglitz, Premio Nobel de Economía decía “No se pueden cambiar
las malas ideas por la ausencia de ellas”. Parece que ese sí es un buen eslogan.
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