Con excesiva frecuencia, el carácter de espectáculo de la política ejercido por los medios de comunicación constituye una curiosa mezcla. La comunicación de la imagen muchas veces pretende sustituir a las ideas, decía Philippe Maarek, y a mi eso me da qué pensar.
En las dos últimas semanas, tanto el presidente de la Generalitat catalana como el señor Durán i Lleida, han hecho comentarios públicos que tienen que ver con políticas que se desarrollan en Andalucía. Como en otras ocasiones, por ejemplo cuando lo hicieron dirigentes del PP como Ana Mato, Aparicio, Nebrera, o Cristobal Montoro, ha habido una reacción, incluso institucional.
La portavoz de la Junta de Andalucía ha llegado a decir que Durán denigra a Andalucía. Si fuese posible, por favor, que me descuenten de tal reacción. Sencillamente, no quiero que me traten con el mismo lenguaje político, pensado y buscado, con el que los políticos catalanes se han referido a iniciativas que se despliegan en mi tierra, Andalucía. No es una metedura de pata, porque tanto Mas como Durán, al igual que ocurrió con aquellos otros, eran conscientes de lo que hacían: criticar iniciativas de gobierno, se llamen estas transferir recursos a entornos rurales o crear centros de servicios sociales. En ambos casos, políticas públicas para la ciudadanía. Algo que ellos han renunciado a hacer. Y por eso les recuerdan a los suyos que ellos no van a hacerlas, pero por la vía de criticarlas en otros territorios. Y es ahí donde me gustaría que el gobierno andaluz me recordara que lo insultante no es que me agredan por andaluza (no sé qué tengo yo en común con Cristóbal Montoro, por ejemplo) sino por destinatario de una política progresista. Y si de verdad aquí no se va a recortar la educación y la sanidad; si de verdad este gobierno autonómico va a hacer más eficiente su Administración, ¿a qué recurrir al victimismo nacionalista que es, precisamente, el terreno en el que los señores Mas y Durán tan bien saben moverse?.
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