Los aficionados a las encuestas electorales están acostumbrados a manejar los datos con extrema prudencia hasta el punto de que se han instalado determinadas precauciones que, a modo de instrucciones de uso, sirven para no exagerar la validez de los sondeos:
- Muchos analistas se fijan solamente en la intención directa de voto e ignoran la estimación, por desconfiar de la cocina de las agencias. Otros solo comentan tendencias en el medio o largo plazo, y algunos desdeñan encuestas que no manejen un número mínimo de entrevistados.
- Tampoco falta quien considera que el CIS (en el caso español) no es más que una herramienta al servicio del gobierno de turno, o atribuye intencionalidad política sistemática a determinadas agencias.
Pero LA EXPERIENCIA nos dice que las encuestas son fotografías de un instante, miden estados de opinión
que pueden cambiar de forma rápida e inesperada por diferentes
circunstancias, de ahí que no haya que tomarlas muy en serio, al menos no a largo plazo. En el caso español, estamos ante una crisis no sólo económica, sino social, institucional y políticamente grave. La más sería de nuestra democracia.
Por lo que en el caso
de las encuestas preelectorales, es normal que mucha gente se vea reticente a responder preguntas sobre intención de voto o posicionamiento político, ya que no es su problema o interés más inmediato o bien tiene otros problemas o intereses más reales que le afectan en su día a día como el desempleo, subida de precios o impuestos.
De haber una posible influencia en la campaña
electoral o gestión del gobierno, desde los resultados de la intención de voto en este tipo de encuestas, siempre es una predicción del resultado que se basa en una
estimación, que utiliza una serie de parámetros que pueden resultar
más o menos acertados. Y es esa responsabilidad, de la falta de acierto o no, en las predicciones, lo que puede corresponder al sociólogo, pero también hay ocasiones en las que le encuesta no falla,
simplemente recoge un estado de opinión que ya ha cambiado.
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