viernes, 25 de febrero de 2011

¡Que paren las máquinas!

Para quiénes vivimos por y para esta profesión, estas palabras significan más de lo que yo pueda explicar a continuación, por lo que las mismas ayudan a entender el sacrificio que durante décadas el Periodismo ha tenido que soportar hasta la actualidad. Este es el discurso de apertura del curso 2011 de la Escuela de Periodismo de EL PAÍS a cargo de Juan Luis Cebrián. 

Joaquín Estefanía, Juan Luís Cebrián e Ignacio Polanco- ULY MARTÍN


NO voy a insistir una vez más en las condiciones diferentes en las que se hemos de desarrollar nuestro trabajo, a partir del hecho de que hoy en día, todo el conocimiento existente se encuentra ya en la red y que los motores de búsqueda son una herramienta poderosísima para cualquier reportero, que hace una década no existía. Independientemente de las facilidades técnicas y del cambio en las condiciones económicas, de rentabilidad y financiación del proceso, este se caracteriza porque se centra en la personalización del usuario, la habilidad de éste para relacionarse con el emisor, y la universalización de las noticias. También por el hecho de que nos dirigimos a un mercado global e instantáneo, que hace perecer prácticamente la mayoría de los ritos y hábitos de nuestra profesión. Cuando yo comencé periodismo, hace casi medio siglo, el grito de guerra que cualquier joven aspirante a estrella de la profesión soñaba con dar algún día era "¡Que paren las máquinas!". 

Teníamos que llegar los primeros con la noticia. ¿Qué sentido tiene ahora ni siquiera imaginar una demanda como esa en un mundo en el que la información es instantánea y se ha convertido en lo que los anglosajones llaman una commodity y a mí me gusta calificar de bien mostrenco? Algo al alcance de todos y, por cierto, en cualquier momento y lugar del planeta. Si todavía pretendemos dirigirnos a nuestros lectores o usuarios tenemos que comprender que estos son asaltados de forma constante por miles de tentaciones que compiten con las pobres sugerencias que habitualmente les hacemos, y hemos de ser capaces de individualizar sus demandas. Los periódicos se van a convertir, por eso, de manera progresiva y rápida en empresas de servicios, y los periodistas en agentes de esas empresas. 

Lo que el propietario de un terminal móvil, sea un teléfono celular, una tableta, o una computadora portátil quiere hacer, y de hecho hace, es pasearse por un ecosistema complejo y gigantesco (información, cultura, entretenimiento) que le permite no solo acceder al conocimiento universal sino participar de su elaboración. Para eso nadie le ha de pedir, como no se hace ya en el llamado periodismo ciudadano, ninguna credencial, preparación o experticia de ningún género. La tarea del periodismo profesional no puede ser otra que la de servirle de guía y acompañante durante ese paseo, en una palabra la de ejercer el liderazgo de una colectividad, agrupada quizá, pero no de manera exclusiva, en una de las muchas redes sociales que el periódico tiene la responsabilidad de contribuir a crear. Nuestra misión es facilitar la entrada a ese ecosistema y mejorar su estancia en él, sus capacidades de comprensión y análisis, potenciando sus descubrimientos y siendo capaces de atraer su curiosidad, prestando, por eso mayor y más decidida atención al periodismo investigativo, a la calidad y rigor de las informaciones, a la comprensión de las mismas.
Lo sucedido con el caso Wikileaks ha llevado a algunos a insistir en algunas características propias del periodismo tradicional: la explicación de las noticias, y la organización de los debates, su confirmación y contextualización; la capacidad de los diarios de referencia, también, para estampillar con el marchamo de su título una garantía de calidad, en un mundo, el de la información, en el que lar marcas blancas también han ganado mucho terreno. Wikileaks, se dice, ha acudido a los periódicos porque necesitaba de ellos. Pero eso no obsta para que ayer mismo el abogado de Julian Assange declarara que el fundador del sitio de Internet y antiguo hacker es también un tipo especial de periodista. Tan especial como que él no se dedica ni a buscar y encontrar información, ni a analizarla. Solo a facilitar que los demás lo hagan. Esta confusión interesada entre la fuente de la noticia y el redactor o transmisor de la misma es un ejemplo más de la versatilidad actual de las fronteras entre el periodismo ciudadano y el periodismo a secas.

Hasta hace relativamente poco tiempo, un par de décadas, llegar antes consistía en uno de los mandamientos de la ley de piedra de éste. Los periódicos adoraban las primicias e inventaban, por eso, mil maneras de acceder a las filtraciones. Ahora son las filtraciones las que buscan caminos y derroteros distintos. Se organizaban debates sobre la moralidad y licitud de utilizar, por parte del periodismo profesional, documentos robados, partiendo de la muy liberal convicción de que el fin no justifica los medios y se protegía la vida privada, incluso la de los personajes públicos, de tal forma que nadie desveló los amores del presidente americano con Marilyn Monroe ni la existencia de una hija natural de François Mitterrand hasta que los protagonistas de las noticias murieron. Pero hoy nadie llega antes que nadie en el mundo de la instantaneidad. Nuestros lectores ya conocen las noticias cuando abren el periódico, y no solo eso: han discutido sobre ellas, han participado en debates en la red, o a través de mensajes de Twitter o de ese eme eses de todo género; la privacidad o la intimidad son bienes que cotizan a la baja y desde luego nadie, y yo soy el primero en no hacerlo, debe dudar de la moralidad y oportunidad de publicar los documentos de Wikileaks, producto sin embargo de un hurto perpetrado por un joven soldado que hoy paga con la cárcel su osadía, aunque de su acto se hayan derivado tantos bienes para la transparencia democrática.

Los periodistas de hoy tienen qué saber que se dirigen no solo a un tipo de lectores muy variado y disperso, incapaz de ser identificado solo como lector de ese periódico concreto, sino cuyo comportamiento es también volátil y diferente según los terminales que utilice en cada momento. El primero por el que la gentes se entera ahora de lo que sucede, y lo comenta de inmediato, es lo que llamamos teléfonos móviles o celulares y que se tratan en realidad de ordenadores o computadoras portátiles multiuso. La gentes, sobre todo los más jóvenes, lo utilizan lo mismo para relacionarse con los amigos, para enterarse del tiempo que va a hacer, buscar un restaurante, emitir una opinión, leer una noticia o preparar los deberes de clase. Es, en cualquier caso, el primer contacto de los lectores con la realidad que les transmitimos. Sin embargo nuestros diarios, la mayoría de ellos, no ponen lo mejor de sus esfuerzos en atenderlos y recibirlos en esa primera puerta de entrada al ecosistema. Quizá sí existe esa intención por parte de directores, redactores y gestores de medios, la idea y el proyecto de hacerlo así. Pero muy pocos se han dotado de los instrumentos y herramientas necesarias para llevarlo a cabo, de la norma y el libro de estilo imperante en la red que es, nuevamente el software. Las decisiones y jerarquizaciones sobre las noticias en Google News no las toma un equipo de periodistas, como tampoco es un grupo de expertos el que clasifica y ordena los resultados de las búsquedas semánticas. Son máquinas y algoritmos funcionando veinticuatro horas sobre veinticuatro, las que han comenzado a gobernar el lábil universo de la información. La segunda ventana de oportunidad, la segunda entrada al ecosistema informativo planetario en el que se mueven ya cerca de dos mil millones de personas en el mundo con acceso a Internet, es la tableta y/o el laptop o computadora portátil. Creo no equivocarme al decir que el lanzamiento de IPad por Apple hace ahora un año supone uno de los cambios más formidables que podríamos imaginar a la hora de dar respuesta a las necesidades del usuario de los medios en la sociedad digital. Pero obviamente el producto que ofrecemos en ella no es ni puede ser, equivalente al de las ediciones clásicas de los periódicos. La tableta es el icono más representativo de las virtualidades de la nueva cultura: la interactividad, la convergencia, la instantaneidad y la globalidad están gracias a ella al alcance de cualquiera.

Fuente: EL PAÍS

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